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LA POLÍTICA EN 2021 TIENE QUE SER DISTINTA

LA POLÍTICA EN 2021 TIENE QUE SER DISTINTA

La pandemia ha cambiado muchas cosas en los modos de vida, en las relaciones sociales, en las formas de trabajar, en la percepción de lo público… La política también debe cambiar.

El virus nos ha arrojado a un agujero profundo de salud deteriorada, de economía hundida, de empleos perdidos, de precarización social… Y la primera condición para salir del agujero es recuperar la confianza.

Necesitamos recuperar la confianza en nosotros mismos, como sociedad fuerte y desarrollada, como economía sólida y resiliente, como democracia asentada y de calidad. Sin confianza no hay esperanza, ni recuperación, ni salida del túnel.

Pero recuperar la confianza es misión de todos. No solo de quienes gobiernan. La confianza es incompatible con los discursos catastrofistas, pesimistas, desesperanzadores.

Los representantes políticos de la sociedad española tenemos el derecho y el deber de plantear alternativas, de disentir, de practicar el control riguroso, de criticar…

Pero no tenemos derecho a dibujar cada día un horizonte negro en beneficio propio. No hay derecho a negar la confianza y la esperanza a la sociedad española.

La política y el partidismo no son lo mismo. Lo hemos dicho muchas veces. La distinción tiene ahora más sentido que nunca. La política busca el interés general desde perspectivas distintas. El partidismo solo busca el interés propio.

Siempre hubo un espacio y un tiempo para la política y para el partidismo legítimo. Hasta ahora primó lo segundo sobre lo primero. Es hora de invertir las proporciones. Más política, menos partidismo. Es lo que toca.

Algunos temas centrales para recuperar la confianza deben quedar al margen de la controversia partidista. Es necesario.

El refuerzo de los sistemas públicos de salud y los planes de vacunación deben compartirse, sin recelos, sin diatribas, sin conflictos. Es preciso que toda la población confíe en el comienzo del fin de la pesadilla.

La distribución de fondos europeos para reconstruir la economía, para modernizar nuestro aparato productivo, para crear buenos empleos, para proteger a los más vulnerables, tienen que ser más objeto de consenso que de disenso.

El funcionamiento de nuestras instituciones, las reglas del juego de nuestra democracia, han de situarse fuera del cuadrilátero diario. La legitimidad del Gobierno legítimo, la renovación de las instituciones caducadas, el papel simbólico y unificador de la Jefatura del Estado, no pueden ser objeto permanente de cuestionamiento.

Al Gobierno se le controla y se le critica. Las instituciones se renuevan con criterios exigentes de transparencia, mérito y autonomía. Al rey emérito se le investiga y se le juzga con todas las de la ley. Desde luego. Pero sin legitimidad en las instituciones de nuestra democracia no hay confianza, y sin confianza no salimos de ésta.

La política exterior requiere de posiciones de Estado. No hay una política socialista y una política popular para la defensa de los intereses de España en Europa y en el mundo. Las divergencias internas en política exterior son garantía de fracaso en negociaciones en las que nos jugamos mucho.

Más cosas. Las Administraciones gestionan y colaboran. Los partidos debaten y confrontan cuando es necesario. No cabe utilizar las Administraciones para la confrontación política. Es ineficiente. Y es desleal.

En la política española los desacuerdos son la regla y los acuerdos son la excepción. Es lo más fácil. Excitar a la parroquia propia, afianzarse en las ideas vírgenes de uno, y negarse siquiera a contaminarse en el diálogo con el otro. Esto también debe cambiar.

La democracia es compleja. Las responsabilidades de los políticos son importantes, y hay que abandonar las zonas de confort. Remangarse, hablar, convencer, ser convencidos, entenderse y acordar.

¿Tiene coste? Sí. Pero no hacerlo tiene un coste colectivo mucho mayor.

Y hay que bajar el diapasón de la discusión política. Apuntémoslo todos. Yo también.

Abusamos mucho de la exageración, de la demagogia, del zasca, del golpe fácil, para buscar el aplauso de la clack, en nuestro tendido parlamentario o en las redes sociales.

Reprimamos esas tentaciones. La confianza exige un mínimo de empatía, de reconocimiento del otro, de respeto, de cortesía si se quiere.

¿Propósitos buenos y volátiles para el año nuevo? Esta vez no. Muchos tememos que nos va la supervivencia en ello.

RECONSTRUYENDO, SIN EL PP

RECONSTRUYENDO, SIN EL PP

El Congreso ya ha aprobado sus conclusiones para la reconstrucción social y económica en nuestro país. Han salido adelante con mayorías absolutas en los cuatro ámbitos de la sanidad, la economía, la política económica y la política europea. El consenso ha sido especialmente amplio en lo relativo al reforzamiento de la sanidad pública y las posiciones españolas ante la Unión Europea.

Se han alcanzado acuerdos de gran interés con casi todas las fuerzas políticas que representan a la ciudadanía española, progresistas, conservadoras, liberales, nacionalistas… Sin embargo, hay un pero, un pero grave. El PP, principal partido de la oposición, ha antepuesto su afán de dañar al Gobierno y se ha negado a respaldar los acuerdos que necesita la sociedad española para afrontar las amenazas que se ciernen sobre su futuro.

El plantón del PP resulta significativamente grave ante el Consejo Europeo de este mes de julio, donde España se juega la llegada de 140.000 millones de euros, con los que financiar la reactivación de la economía, la generación de empleos dignos y el fortalecimiento de nuestro sistema nacional de salud. En Europa cotiza bien la unidad, pero el PP ha decidido negarle apoyo al Presidente del Gobierno en su negociación ante los socios europeos.

Han sido dos meses de trabajo intenso y enriquecedor en la Comisión de Reconstrucción del Congreso. Más de 150 comparecencias, miles de documentos, miles de aportaciones directas por parte de la ciudadanía, cerca de 1100 enmiendas presentadas, centenares de transacciones negociadas, cientos de horas de debates y más de cinco horas de votaciones… Un trabajo esforzado, que ha dado buenos frutos, y que aún los dará mejores ante el debate plenario que tendrá lugar en los últimos días de julio.

El escenario no era fácil. Se trataba de una comisión para acordar los fundamentos sobre los que reconstruir un país golpeado duramente por una enfermedad. Se trataba de hacerlo en muy poco tiempo, en pleno confinamiento, con un escenario político muy polarizado y a pocas fechas de las elecciones gallegas, vascas y, muy probablemente, catalanas.

Y a pesar de las dificultades, a pesar de las diferencias muy sustanciales conque unos y otros afrontamos los grandes retos de futuro, se han sustanciado y se han votado centenares de acuerdos sobre cuestiones de gran importancia. Más allá de las votaciones que las distintas formaciones políticas han formalizado en las conclusiones finales, muy influenciadas por el escenario preelectoral, hay que subrayar la cantidad y la calidad de los entendimientos parciales que se han puesto de manifiesto en estas semanas. Un buen augurio, por cierto, de cara a los debates presupuestarios en ciernes.

Nos hemos puesto de acuerdo en que es preciso reforzar el sistema nacional de salud, con nuevos y más relevantes recursos financieros, humanos, técnicos y organizativos. Hemos acordado que la reactivación económica debe desarrollarse en paralelo a la modernización de nuestro modelo productivo, con una transición ecológica justa, con la transformación digital pendiente, y asegurando la recuperación de los derechos laborales perdidos durante la crisis anterior.

También se ha dado un acuerdo sustancial en la construcción de un escudo social amplio, que proteja a los más vulnerables, que combata la pobreza y que asegure la igualdad de oportunidades. Y la gran mayoría de las formaciones políticas han convenido en respaldar al Gobierno en la reclamación de fondos europeos para la reconstrucción, en el marco de una integración con firmes pilares sociales y de solidaridad en el seno de la Unión.

El PP ha vuelvo a cometer un error grave de cálculo. Es una constante. Cuando las urnas sitúan a la derecha en la oposición, sus dirigentes subordinan cualquier interés de país, cualquier ejercicio de responsabilidad colectiva, al objetivo prioritario de echar al PSOE del gobierno.

Casado sabe que las posibilidades de que el Gobierno de España obtenga fondos suficientes en Europa para financiar la reconstrucción de nuestro país, dependen en buena medida del apoyo interno que Pedro Sánchez pueda esgrimir ante nuestros socios. Pero, aún sabiendo esto, el PP boicotea las posiciones españolas con sus documentos, sus declaraciones y sus cartas a la Comisión. El viernes día 3 de julio se negó a respaldar las conclusiones de la Comisión de Reconstrucción en el capítulo europeo, con la excusa peregrina de que no se reivindicaba con suficiente gallardía la recuperación del peñón de Gibraltar, ¡que se perdió hace siglos!

Aún más significativa fue la razón por la que el principal partido de la oposición se negó a apoyar las conclusiones de la Comisión en materia sanitaria. La derecha insistía en eliminar del texto el compromiso por la atención sanitaria universal y por la eliminación de los copagos farmacéuticos. Se trataba de exigencias que el PP sabía inasumibles, por injustas, para sostener su negativa a apoyar al Gobierno en estos momentos tan difíciles, cuando tan importante resulta el respaldo general al sistema sanitario que nos protege a todos de la enfermedad.

Seguimos reconstruyendo, sin el PP, y a pesar del PP, por desgracia.

EN EUROPA, TODOS DETRÁS DE PEDRO SÁNCHEZ

EN EUROPA, TODOS DETRÁS DE PEDRO SÁNCHEZ

Más allá de los dimes y diretes domésticos que recorren los medios de comunicación, donde de verdad se la está jugando el país durante estos días, es en las negociaciones acerca de la distribución de las ayudas de la Unión Europea para superar la crisis ocasionada por la pandemia.

Todo lo demás, por relevante que nos parezca en la peculiar burbuja del debate partidario, queda a años luz en cuanto a trascendencia para el interés general y los retos que nos depara el futuro.

En consecuencia, cabe requerir a todas las fuerzas políticas, a sus líderes y portavoces, que contribuyan a fortalecer la posición de España en esas negociaciones en marcha, respaldando las gestiones que lleva a cabo el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en representación del interés de todos los españoles.

Las ayudas de las instituciones europeas para afrontar las consecuencias de la COVID-19 llegarán fundamentalmente desde tres vías: los 750.000 millones de euros propuestos por la Comisión Europea para la reconstrucción social y económica; los 540.000 millones ya consignados a través del MEDE (Mecanismo Europeo de Estabilidad) y el SURE (el fondo europeo  de ayudas al desempleo); y los 200.000 millones listos a distribuir por el BEI (Banco Europeo de Inversiones).

En estos días se está negociando cuánto de estos fondos llegará a España, cuándo lo hará, con qué condiciones, y con qué naturaleza, cuánto en modo transferencia y cuánto en modo préstamo. Nada más y nada menos.

Es decir, del éxito o del fracaso de estas negociaciones en dependerán las posibilidades de la sociedad española para reforzar su sistema nacional de salud, para reactivar su economía, para generar empleo de calidad, y para sostener el escudo social levantado en defensa de los más vulnerables.

Por tanto, antes que el debate obtuso entre progubernamentales y antigubernamentales porque sí, entre populistas y anti populistas, entre indepes y contra indepes, en estas fechas conviene prestar atención al debate trascendental en el seno del Consejo Europeo, entre gobiernos “frugales” (insolidarios) y “exigentes” (solidarios).

La posición del Gobierno español responde a varias claves:

  • El apoyo a las políticas europeas anticíclicas, de activación y estímulo de la demanda, en forma de nuevo “Plan Marshall”, como viene reclamando Pedro Sánchez;
  • Unas ayudas europeas en forma de transferencia sin condicionalidad sobre déficit y deuda, fundamentalmente, para evitar las consecuencias indeseadas de la anterior crisis financiera;
  • Unas ayudas que, sin embargo, alienten reformas positivas, como la transición ecológica justa y la transformación digital;
  • La exigencia de que en esta crisis “nadie quede atrás” y se proteja de manera justa y eficaz a los colectivos más vulnerables;
  • La necesidad de no retirar los estímulos económicos y las ayudas demasiado pronto, para no malograr la reactivación y no acrecentar las desigualdades;
  • Aprovechar esta oportunidad para relanzar la integración europea a partir de los principios de la solidaridad, la justicia social y la defensa de los derechos humanos.

El comportamiento del PP, el principal partido de la oposición, con importantes influencias en Europa, ha sido decepcionante.

Su portavoz parlamentaria en España descalificó las reclamaciones del Gobierno de España ante las instituciones europeas en términos de “mendicante”. Su portavoz parlamentaria en Europa remitió un informe a la Comisión Europea descalificando no solo al Gobierno, sino al propio Estado de Derecho español en su lucha contra el virus. Y el Gobierno conservador de la Comunidad de Madrid ha cuestionado la llegada de turistas europeos vía aeropuerto de Barajas.

El desmarque desleal del PP ha llegado, pues, de la peor manera y en el peor momento, debilitando las posiciones negociadoras del Presidente del Gobierno, y poniendo en riesgo la llegada de las ayudas imprescindibles para fortalecer nuestra sanidad, recuperar la economía y generar puestos de trabajo de calidad.

Tenemos una gran oportunidad en la Comisión parlamentaria de Reconstrucción para alcanzar acuerdos y consensos que ofrezcan la imagen de unidad y fortaleza, que ahora necesitamos para obtener el máximo rendimiento en las negociaciones europeas.

Ya habrá tiempo para los dimes y diretes. Ahora lo que conviene al país es ponernos todos detrás de Pedro Sánchez en la defensa del interés común en Europa.

EL ACUERDO SOLO PERJUDICA A LOS ULTRAS

EL ACUERDO SOLO PERJUDICA A LOS ULTRAS

En un escenario de crisis grave y riesgos de gran envergadura conviene cerrar filas. ¿En torno a quién o a qué? En torno al interés general. Es de sentido común.

Las amenazas que se ciernen sobre nuestro futuro más inmediato son extraordinarias. La pandemia no ha desaparecido, y el riesgo de los rebrotes es tan cierto como lo están experimentando en China y en Alemania, por ejemplo.

Para frenar al virus hemos tenido que parar la economía como nunca antes se hizo. Hemos tenido que enviar a millones de trabajadores a los ERTES. Aún sostenemos con fondos públicos la nómina de buena parte de los empleados por cuenta ajena y por cuenta propia…

Para salir de ésta con vida, y no digamos con cierto éxito, habremos de adoptar decisiones de gran alcance, movilizando voluntades y recursos como jamás antes hicimos.

Todo ello en el contexto de un Estado complejo, de un espectro político muy fragmentado y de una sociedad polarizada en exceso.

Necesitamos de grandes acuerdos para establecer las bases sobre las que afrontar amenazas y reconstruir el futuro. Y esos acuerdos han de ser amplios y transversales, sumando a las instituciones diversas, sumando a las fuerzas políticas distintas, y sumando a las instancias sociales diferentes.

Dicho de otra manera: la división añadirá más dificultades a las que ya nos arroja la crisis. Divididos y enfrentados entre gobiernos, entre partidos y entre ciudadanos, estaremos en peores condiciones para salir de ésta.

Los socios europeos, los agentes económicos, los interlocutores sociales, la ciudadanía en general, valorarán un país unido en lo fundamental, y castigarán a un país dividido en el momento más trascendental de su historia reciente.

Esto no quiere decir que debamos renunciar a nuestras ideas diversas y a nuestras identidades políticas diferentes. Ni mucho menos. No se trata tampoco de negar legitimidad o capacidad a la oposición democrática, absolutamente imprescindible.

Se trata de asentar unos cuantos consensos básicos sobre temas fundamentales para enfrentar la crisis y lo peor de sus consecuencias: qué hacer para fortalecer nuestro sistema nacional de salud ante el riesgo de las pandemias; qué pasos dar para resucitar nuestra economía y nuestro empleo con cierta solidez; qué recursos movilizar para que nadie quede atrás, en la cuneta de la exclusión social; y cómo fijar una posición común para obtener las ayudas que necesitamos de la Unión Europea.

Y a partir de estas bases comunes, que nos fortalezcan como país ante los retos del futuro, que cada cual mantengan sus propias ideas, sus propio modelo de sociedad y su propia agenda política. La diversidad constituye la esencia de la democracia.

¿A quiénes perjudica el acuerdo en torno a las bases para la reconstrucción del país? Solo a los ultras, a aquellos que buscan obtener beneficio político de la división, a costa del interés general.

La derecha española parece vivir en estos días ante el dilema de seguir el ejemplo de las formaciones conservadoras europeas que cierran filas ante el interés general, o seguir transitando el camino de la confrontación y la desestabilización que marca la ultraderecha.

Ojalá acierten en sus decisiones. Su propio futuro y el de todos depende en buena medida de cómo salgan de esta encrucijada.

Desde el Gobierno de España y los grupos políticos que le apoyan en el Parlamento estamos dispuestos y listos para sumar fuerzas y atender unidos las urgencias del interés general. Ya habrá tiempo para las distinciones y la sana confrontación electoral.

ALARMA, SALUD Y PARTIDISMO

ALARMA, SALUD Y PARTIDISMO

Practicar la política y practicar el partidismo son términos que a menudo se confunden y se intercambian en el debate público. Sin embargo, responden a actitudes y comportamientos muy diferentes.

Hacer política es, básicamente, contribuir al bien común, ejerciendo responsabilidades públicas o participando como ciudadano en el debate de ideas y propuestas. Una participación política activa y dinámica por parte de la ciudadanía, incluso desde posiciones contrapuestas, redunda siempre en la mejora de la democracia.

Hacer partidismo es cosa distinta, porque equivale a priorizar y anteponer el interés de la parte o del partido al que pertenecemos o con el que nos identificamos. Y esta conducta no siempre es positiva, ni tan siquiera aceptable. Sí puede serlo en una contienda electoral, por ejemplo. No lo es cuando está en juego el interés general.

El debate y la votación en el Congreso de los Diputados sobre la prórroga del Estado de Alarma era un debate para hacer política, no para hacer partidismo.

La pandemia se ha llevado por delante ya miles de vidas, y sigue amenazando la salud y la supervivencia de millones de españoles. Para contener la expansión de la enfermedad y proteger la salud de nuestras familias, por tanto, es preciso aplicar medidas de limitación de la movilidad, de confinamiento, de desescalada bajo control…

Y estas medidas solo se pueden llevar a cabo bajo el Estado de Alarma. No hay otra manera de hacerlo. No hay duda jurídica o política al respecto. Quienes hablan de “planes b”, están gravemente confundidos o, aún peor, pretenden confundir dolosamente a los españoles.

Los grupos parlamentarios que votaron NO a la prórroga del Estado de Alarma practicaron el peor de los partidismos. Antepusieron sus propios intereses partidarios y egoístas sobre el interés general y el bien común. Priorizaron su voluntad de dañar al Gobierno de España sobre su responsabilidad de contribuir a preservar la salud y la vida de los españoles.

¿Alguien puede imaginar qué hubiera ocurrido a partir de este fin de semana si hubiera dejado de tener vigencia el Estado de Alarma? El descontrol, el caos y el miedo se hubieran generalizado. El fin de las limitaciones a la movilidad, la derogación de las fases de desescalada, la ausencia de mando sanitario coherente… hubieran facilitado el rebrote de la pandemia y hubieran puesto en riesgo la salud y la vida de muchas personas.

El PP ha dimitido de su responsabilidad como partido de Gobierno y ha dejado tirados a los españoles ante una crisis gravísima.

Vox utiliza el virus para intentar derrocar a un Gobierno legítimo, por las buenas o por las malas.

Y otros grupos han esgrimido argumentos inaceptables para oponerse a una decisión que no respondía a claves políticas o ideológicas, sino al simple y dramático objetivo de salvar vidas.

Gracias a los Grupos Parlamentarios que apoyan al Gobierno de España, gracias a las alianzas y acuerdos alcanzados, y gracias también al buen trabajo de la portavoz socialista Adriana Lastra, la prórroga del Estado de Alarma volvió a salir adelante.

Pero los españoles no olvidarán el comportamiento de unos y otros ante la mayor crisis de nuestras vidas.

SÓLO NOS FALTA UNA OPOSICIÓN DE ALTURA

La sociedad española ha vivido una semana difícil. Entre la esperanza del descenso de fallecidos y el temor al rebrote del virus. Entre el optimismo de la desescalada y la incertidumbre sobre sus consecuencias. Entre la promesa de la nueva normalidad y la alarma por las previsiones de recesión y paro…

Lo que la ciudadanía española necesitaba en estos días de sus representantes políticos, por tanto, era aliento, confianza, responsabilidad, unidad. La mayoría lo entendimos así. La derecha española, sin embargo, no.

Con su abstención en el Congreso, los dirigentes del PP pusieron en riesgo el principal instrumento que tenemos los españoles para protegernos del virus: el estado de alarma. Con la ausencia de sus líderes en la Comisión parlamentaria para la Reconstrucción Social y Económica, se han desentendido también de la inmensa tarea pendiente para asegurar trabajo y protección social a toda la ciudadanía.

La principal responsabilidad institucional en la lucha contra la COVID y sus consecuencias corresponde al Gobierno de España, indudablemente. Pero nuestro enemigo en esta guerra es de una letalidad sin precedentes. Y la dimensión de los recursos a movilizar es gigantesca. No basta, por tanto, con el liderazgo del Gobierno. Todos hemos de implicarnos y poner a disposición del bien común lo mejor de nuestras energías. Todos: el Gobierno y la oposición. Lo exige el momento histórico y lo reclaman los españoles: unidad y lealtad.

Estamos ante la mayor crisis de nuestras vidas. Y la inmensa mayoría de los españoles está respondiendo como se espera de una sociedad madura y responsable. La ciudadanía cumple en las limitaciones de su confinamiento. Los profesionales de la sanidad, de la seguridad, de la limpieza, de la alimentación, de los servicios esenciales, cumplen entre el reconocimiento general.

Nuestras instituciones democráticas, muy complejas y aún jóvenes, están aguantando bien la presión. Se corresponsabilizan los sindicatos, colaboran las patronales, arriman el hombro las entidades de solidaridad, se esfuerzan los medios de comunicación, aconsejan los expertos, dirige el Gobierno desde la prudencia y la transparencia… Todos están a la altura. Menos la oposición.

La respuesta de España a la crisis es similar a la de otros países con una afectación importante por el virus. Las medidas son parecidas. Los procesos son equivalentes. Los resultados pueden compararse… ¿Dónde está la diferencia? De nuevo, en el comportamiento de la oposición. Mientras la oposición de derechas en Italia y Portugal respalda a sus Gobiernos, aquí el PP le da la espalda. Mientras la oposición de izquierdas en Francia y Reino Unido antepone la lucha común, aquí Casado prioriza el cálculo partidista.

Los dirigentes del PP saben que para salvar vidas hay que contener la propagación del virus, y que para contener al virus hay que limitar la movilidad, y que para limitar movimientos solo contamos con el estado de alarma. Saben también que la mayor parte de las ayudas sociales a parados, autónomos y familias vulnerables, dependen de la vigencia del estado de alarma. Y a pesar de saberlo, intentaron tumbar el estado de alarma.

En España, la derecha se desentiende de su deber de ayudar al Gobierno para ayudar al país, y allí donde gobiernan, como en Madrid, van de irresponsabilidad en irresponsabilidad y de deslealtad en deslealtad.

Porque a los recortes y privatizaciones en la sanidad madrileña de ayer, hay que añadir la gestión más que deficiente de la crisis de hoy. Porque al insólito festival de IFEMA, hay que sumar los contratos precarios de los sanitarios y los menús insalubres dispensados a niños sin recursos… Y porque a los desplantes de Ayuso en las conferencias de presidentes, hay que agregar las acusaciones de falsas requisas de material de protección, y la exigua utilización de menos del 10% de los tests suministrados por el Gobierno de España.

Mientras el Gobierno de la nación se esfuerza para que en esta crisis nadie quede atrás, el PP boicotea la adopción de medidas que ayudan a millones de españoles a aguantar con dignidad las peores consecuencias de la COVID. El PP se ha opuesto en el Congreso a las prestaciones extraordinarias a parados y autónomos en cese de actividad, a la prohibición del despido en estado de alarma, a las moratorias en hipotecas y alquileres e, incluso, a las ayudas a las víctimas de violencia de género.

Al tiempo que el presidente del Gobierno lideraba las reivindicaciones de solidaridad en las instituciones europeas, Casado debilitaba la posición española asegurando “entender a los alemanes y holandeses que no quieren dar dinero a Pedro Sánchez”.

En el último Pleno del Congreso, cuando millones de españoles esperaban soluciones, responsabilidad y unidad de sus representantes, Casado utilizó la tribuna para lanzar cerca de 40 insultos a Pedro Sánchez, como le espetó la portavoz socialista Adriana Lastra en una brillante intervención.

El PP tiene que decidir definitivamente su papel en este momento crítico de nuestra historia. O se suma a la ultraderecha en el camino de la irresponsabilidad y el sabotaje. O suma fuerzas con el Gobierno y la gran mayoría de los españoles para vencer al virus y reconstruir el bien común.

Hoy, por desgracia para todos, la oposición no está a la altura.

Publicado en EL SOCIALISTA nº064 08-05-2020

GUERRA Y RECONSTRUCCIÓN

GUERRA Y RECONSTRUCCIÓN

La sociedad española afronta dos grandes desafíos. El primero y prioritario consiste en doblegar al virus, salvar vidas y preservar la salud de los españoles.

Pero hay un segundo reto para el que hemos de ir preparándonos: el de reconstruir un país fuertemente golpeado en su sistema sanitario, en su estructura de protección social, en su economía, en el empleo..

Ambos desafíos han de afrontarse desde la responsabilidad general, desde la unidad de propósitos y desde la lealtad en el esfuerzo a desarrollar por todos los actores concernidos.

Hay quienes cuestionan la alusión a la “guerra” en las acciones contra la pandemia. Sin embargo, tanto el número de afectados, como la gravedad de sus efectos y la dimensión de los recursos a movilizar, facultan para utilizar perfectamente ese símil.

Estamos en una guerra contra el virus. Se trata de una guerra dura y cruenta, que se está cobrando muchas vidas y está causando mucho sufrimiento. Pero es una guerra que estamos ganando. Los datos sobre la evolución de contagios, hospitalizaciones y decesos así lo ponen de manifiesto.

Se está ganando la guerra gracias a la dirección estratégica de nuestros científicos, al esfuerzo titánico de todos los servidores públicos, y a la disciplina responsable que demuestran cada día la gran mayoría de los españoles, en cumplimiento de los decretos vinculados al estado de alarma. Gracias también al liderazgo eficaz y prudente del Gobierno de España.

La guerra se está ganando, pero la guerra no está ganada. Hay que perseverar en el esfuerzo, en la prudencia, en la responsabilidad, en la unidad, en la lealtad…

También hay quienes dicen que es pronto para hablar de la reconstrucción post-pandemia. Se equivocan igualmente. Si el virus está ocasionando miles de víctimas, entre fallecidos, enfermos y afectados, las consecuencias del COVID-19 sobre la economía y el empleo están siendo ya dramáticas para millones de españoles, y el horizonte es francamente preocupante. Aquí y en todo el mundo.

Es urgente, por tanto, comenzar los trabajos de reconstrucción social y económica. En este sentido, el Presidente del Gobierno ha ofrecido una gran acuerdo de reconstrucción a todos los interlocutores institucionales, políticos y sociales.

Estamos ante la mayor crisis de nuestra generación. Salir de esta crisis requerirá esfuerzos gigantescos, que no pueden limitarse a las energías desplegadas por un Gobierno o por las fuerzas que le dan soporte habitual. Las consecuencias del COVID afectan a todos y todos estamos llamados a arrimar el hombro para afrontarlas.

El Presidente Sánchez ha recabado el acuerdo de los Gobiernos autonómicos, de las entidades locales, de los sindicatos, de las organizaciones empresariales, de las fuerzas políticas… Se trata de un requerimiento de unidad y de lealtad para el Gobierno de España, que tiene como contrapartida idéntico ofrecimiento de unidad y lealtad en cada una de las administraciones autonómicas y locales, en cada instancia social también.

Los grupos parlamentarios que respaldan al Gobierno han registrado en el Congreso de los Diputados la solicitud de creación de una Comisión para la Reconstrucción Social y Económica, abierta a todas las fuerzas políticas que representan a la ciudadanía española.

El objeto de la Comisión consiste en recibir propuestas, celebrar debates y elaborar conclusiones acordadas, en torno a cuatro grandes cuestiones: el reforzamiento de la sanidad pública; la reactivación de la economía y la modernización del modelo productivo; el fortalecimiento de los sistemas de protección social, de los cuidados y la mejora del sistema fiscal; y la posición de España ante las instituciones de la Unión Europea, cuyo concurso valiente y solidario resulta vital en estos momentos.

Tiene que salir bien. Va a salir bien.

PRIMERA LECCIÓN: DEFENDER LO PÚBLICO

PRIMERA LECCIÓN: DEFENDER LO PÚBLICO

Desde todas las coordenadas políticas e ideológicas se ofrecen propuestas a diario sobre cómo afrontar la crisis del COVID-19, con mejor o peor intención, con mayor o menor coherencia, fundamento o acierto. Sin embargo, una pregunta se abre paso en estos días. ¿Dónde están los liberales?

Han desaparecido por completo de la escena aquellos que abominaban del “Estado mastodóntico que asfixia a la sociedad”. Ya no se escucha a los que defendían derivar recursos públicos al sector privado para garantizar “la libertad de elección”. ¿Dónde quedan ahora las apuestas por “la mayor bajada de impuestos de la historia”?

Los que aseguraban en tribunas concienzudas que “la sociedad no existe, porque solo existen los individuos”, buscan y encuentran hoy en la sociedad organizada la cura para su enfermedad y el cuidado de sus seres queridos. Aquellos que lo confiaban todo a la “mano invisible del mercado”, prefieren hoy confiar en la mano bien visible de los profesionales de la sanidad pública.

¿Dónde están los liberales, pues? Unos, los más listos, están agazapados, conscientes de que sus proclamas hoy se percibirían como alta traición a los que sufren y a los que aguantan, gracias al Estado. Otros, los más desacomplejados, se apuntan ahora sin rubor a la reivindicación exigente de la iniciativa pública, porque “ya está tardando”. Y, finalmente, los más ridículos reclaman hoy al Estado que pague todas las nóminas del país, tras reclamar ayer que se dejaran de pagar todos los impuestos.

La lucha contra el virus ocasiona muchas desgracias, pero también nos deja unas cuantas enseñanzas que no hemos de desaprovechar en el futuro. La sociedad está mostrando algunas fortalezas de las que no éramos conscientes, pero también se ponen al descubierto ciertas debilidades, algunas recién descubiertas, y otras largamente denunciadas.

La primera enseñanza consiste en que hemos de defender lo público, porque de lo público depende la garantía de nuestra salud, de nuestro bienestar e, incluso, sabemos ahora fehacientemente, de nuestra supervivencia.

Estamos aprendiendo que defender lo público consiste en asegurar una dotación suficiente de recursos para los servicios estatales básicos, como la sanidad. Defender lo público equivale también a defender a los servidores públicos, su estabilidad, su profesionalidad, su dignidad.

La crisis nos enseña que los recortes en las políticas públicas, lejos de proporcionarnos “libertad de elección”, debilitan las capacidades colectivas para proporcionar seguridad, igualdad de oportunidades, desarrollo personal y bienestar a la gran mayoría de la población.

Sabemos hoy, mejor que ayer, que aquello de que “el dinero donde mejor está es en el bolsillo de los ciudadanos” era una engañifa, una simple coartada falaz para que los más pudientes evitaran pagar impuestos y comprometerse así con el bienestar y el progreso general. Era el discurso del egoísmo.

Y también estamos aprendiendo que defender lo público, que defender lo de todos, requiere cuidar lo público, mejorar lo público, hacer lo público más eficiente. Entre todos. Con el concurso de todos.

De esta hemos de salir vivos, claro. Y con algunas lecciones bien aprendidas, también.

NADA SERÁ IGUAL

NADA SERÁ IGUAL

Saldremos de ésta. Pero ya nada será igual. O muchas cosas serán muy distintas. Necesariamente. 

Esta crisis está mostrando fortalezas y debilidades de las que no éramos conscientes. También deja a la vista de todos algunas verdades y muchas mentiras. Y, sobre todo, ayuda a distinguir mejor lo relevante de lo irrelevante.

El virus nos descubre hasta qué punto son predominantes en nuestra sociedad algunos valores encomiables que creíamos excepcionales, como la entrega a los demás, como la solidaridad con los vulnerables, como la responsabilidad colectiva…

Nos muestra la fortaleza de nuestras instituciones, a pesar de esta tormenta y de todas las tormentas previas que apuntaban al descrédito y la desafección.

Nos enseña a valorar en su importancia crucial los servicios públicos que nos curan y nos protegen, a sus profesionales, y a las políticas que los fortalecen frente a sus enemigos.

El virus también deja al descubierto muchos flancos, hasta ahora simulados u olvidados. El deterioro de nuestro sistema sanitario tras años de recortes y privatizaciones. Las deficiencias de la atención pública a los mayores y los dependientes.

La escasez de recursos que restan poder al Estado, precisamente cuando más poderoso le necesitamos. La lentitud exasperante del aparato público para hacer lo que todo el mundo sabe que hay que hacer… 

La pandemia nos ha demostrado de pronto que somos comunidad. Mejor que cualquier decreto, que cualquier ensayo doctrinal, que cualquier discurso patriótico, que cualquier himno o bandera… Hemos descubierto sorprendidos que sí, que la salvación de cada uno depende de la salvación de los demás. Que saldremos de esta juntos, o no saldremos. 

Se ha confirmado la verdad que sospechábamos, que las amenazas más reales que se ciernen sobre nuestras vidas no saben de territorios ni de soberanías. Llegan sin pasaporte ni nacionalidad. Pero sí saben de desigualdad, y se ceban con los más vulnerables, sea cual sea su pasaporte, su nacionalidad y su bandera. 

Ahora sabemos mejor que antes que las fronteras son mentira. Ni nos ayudan a parar las amenazas, ni nos permiten defender a los más débiles, ni nos ayudan a reconstruir el futuro. También es mentira la austeridad, porque no cimenta la seguridad, sino que la reserva solo para unos pocos, para los que no necesitan de lo público. 

Y ahora está más claro que era mentira aquello de que “el dinero donde mejor está es en el bolsillo de los ciudadanos”. Porque hoy sabemos que el dinero donde mejor está es en los recursos de los hospitales, en el cuidado público de los mayores, en las prestaciones para los afectados por ERTES y ERES, en la ayuda a las pequeñas empresas y los autónomos que pasan una mala racha… 

Hoy somos conscientes de que lo relevante es defender la salud ante el virus enemigo. Sabemos que lo relevante es defender los empleos ante el paro enemigo. Sabemos que lo relevante es defender el Estado de Bienestar para que el Estado de Bienestar nos defienda de nuestros enemigos. 

Y sabemos cuan irrelevante es casi todo lo demás. 

Hoy vamos a pelear para vencer al virus. Y para que nadie se quede atrás en esta pelea. 

Pero mañana no vamos a olvidar esta pelea, sus verdades y sus mentiras. Porque ya nada será igual.

ES LA HORA DE LA RESPONSABILIDAD

ES LA HORA DE LA RESPONSABILIDAD

Vivimos una crisis nueva, en su naturaleza, en su dimensión y en su alcance. Una pandemia mundial, que se transmite a toda velocidad, y que amenaza la salud, la economía, el empleo, la vida cotidiana… 

No es la primera vez que la Humanidad afronta una epidemia. De hecho, a lo largo de la historia las ha habido numerosas, diversas y mucho más mortíferas. Pero la crisis del coronavirus se afronta en condiciones radicalmente nuevas, para bien y para mal. Para bien, porque la tecnología sanitaria ha avanzado de forma extraordinaria. Y para mal, porque estamos en la era de la globalización inmediata, en la cultura, en las finanzas… y en los virus. 

Es la hora, por tanto, de demostrarnos a nosotros mismos que la Humanidad ha progresado en algo más que en las capacidades de producir, de comunicarnos y de agredirnos. Es el momento de demostrar que la sociedad global también ha progresado en conocimientos, en organización, en responsabilidad y en solidaridad.

Podemos enfrentar con éxito la crisis del coronavirus, en España y en el mundo. Los españoles disponemos de un buen sistema nacional de salud, con recursos humanos y técnicos muy relevantes. Y el Gobierno de nuestro país se ha puesto al frente de las decisiones con determinación, eficacia y buenos consejos científicos.

Pero hacen falta más cosas para asegurar el triunfo sobre la pandemia. Y esos otros factores van más allá de la profesionalidad y el esfuerzo del personal sanitario y del Gobierno de España. Esas otras condiciones imprescindibles nos incumben a todos y a todas. Hace falta un ejercicio global de unidad y de responsabilidad. 

Todas las administraciones públicas han de colaborar sin perder tiempo ni energías en reproches, conflictos o cálculos partidistas. 

Todas las fuerzas y todos los dirigentes políticos deben superar la tentación de tratar de obtener rédito partidario con denuncias oportunistas o auto promociones inoportunas. 

Los interlocutores sociales han de unir esfuerzos para fortalecer los servicios públicos y limitar las consecuencias de la crisis sobre la población, en términos de cierre de empresas y pérdidas de empleos. 

Las instituciones, entidades y empresas deben colaborar en el cumplimiento de las indicaciones de las autoridades sanitarias, para que la crisis se resuelva cuanto antes, y con el menor daño posible. 

Y la exigencia de responsabilidad ha de alcanzar a cada ciudadano y cada ciudadana. La distancia que va de un comportamiento responsable a una conducta irresponsable en cada uno de nosotros, es la distancia que aleja el éxito del fracaso en esta lucha. Y nos estamos jugando mucho.